Si hablamos de la poesía y el amor, que nunca pasan de moda, no podemos dejar de mencionar el poema de amor definitivo, el insuperable. El poema del amor y la muerte.
Lo escribió un grande de la Literatura Barroca, Don Francisco de Quevedo, que solía hacer poemas burlescos, hirientes, obscenos, a propósito de cualquiera que apareciera en alguna de sus múltiples peleas. Porque Quevedo vivía contra el mundo. Todo el mundo, todas las profesiones y todos los estratos sociales. Nadie se libraba de su pluma acerada, ni el propio rey, que lo encarceló por sus escritos críticos contra su real figura.
Al mismo tiempo, este genial y complejo escritor era capaz de composiciones sublimes, delicadas y conmovedoras, como los sonetos amorosos que dedicó a una tal Lisi. Además, teniendo en cuenta sus también conflictivas relaciones, cómo no, con las mujeres (en ocasiones parece un misógino furibundo), es realmente meritorio que Don Francisco escribiera esos alucinantes sonetos que hemos mencionado.
Si bien hemos escrito previamente sobre poetas y poesías concretas de otros autores increíbles. El poema que reproducimos ahora se centra en la lucha, aparentemente desigual, entre el amor y la muerte. Contra todo pronóstico, el amor supera a la muerte, le gana la partida porque se convierte en inmortal. Es una de las composiciones más célebres de Quevedo y posiblemente el mejor poema de amor escrito en lengua castellana. Se titula:
Amor constante más allá de la muerte
Cerrar podrá mis ojos la postrera sombra
que me llevare el blanco día,
y podrá desatar esta alma mía
hora a su afán ansioso lisonjera;
mas no, de esotra parte en la ribera,
dejará la memoria, en donde ardía:
nadar sabe mi llama la agua fría,
y perder el respeto a ley severa.
Alma a quien todo un dios prisión ha sido,
venas que humor a tanto fuego han dado,
medulas que han gloriosamente ardido,
su cuerpo dejará, no su cuidado;
serán ceniza, más tendrá sentido;
polvo serán, mas polvo enamorado.
Creo que nadie ha descrito mejor el enamoramiento hasta los huesos, incluso muertos.